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martes, 9 de abril de 2013

Balada de gamberros


Puedes estar enfrascado en la post-lectura de Memorias de un niño de derechas, que en un tris coges Balada de gamberros, te la lees en unas horas, y ya tienes más carnaza de los inicios umbralianos para procesar. Balada de gamberros no merece mucho análisis, pero se lo haremos, porque somos aplicados. Es versión definitiva de Los fans, es una mininovela, o cuento largo, bastante convencional, que está bien escrito y cuya temática es insulsa en comparación con el resto de la obra umbraliana. Son apenas setenta páginas de andanzas limítrofes entre la infancia y la adolescencia, allá por los dieciseis años.
En una entrevista de la época, efectuada también por Ramon Pedrós en ocasión de recibir el premio Nadal en 1975, Francisco Umbral afirma que "Balada de gamberros era un intento realista de recoger la anécdota salvaje de pubertad provinciana".

Es una obra de cariño coleccionista, el primer libro oficial del autor, de sólo dos ediciones (1965 y 1980) en colección de Novela Popular, editado por Alfaguara y mediado por Cela. Más tarde, en 2008, el diario El Mundo sacó una edición conmemorativa a raíz del homenaje de la ciudad de Valladolid a su escritor.


Eduardo Martínez-Rico, apunta en su monumental tesis La obra narrativa de Francisco Umbral : 1965-2001, que según Ana María Navales Balada de gamberros fue primero un relato de unas doscientas páginas que al final quedó depurado y reducido.
En la misma tesis es citado un fragmento pronunciado por Umbral en un encuentro de profesores y escritores celebrado en la UIMP el verano de 1967, que transcribimos:

"Mi transición del relato corto a la novela larga está constituida por Balada de gamberros, una novela corta que se nutre de la magdalena proustiana de la adolescencia, y sí tiene algo de cuento estirado o de sucesión de cuentos entrelazados. Con esta confesión me acuso a mí mismo de lo que acabo de acusar, pero creo que las cosas deben dejarse así, como están, como nacen, como son, que también los defectos de una obra tienen su forma de perennidad e incluso son ellos mismos, los defectos, la semilla de humanidad, de verdad, de inmediatez, de esa perennidad, puesto que mantienen la obra caliente y como recién hecha.
Mas, al plantearme Travesía de Madrid, una novela de trescientas páginas, comprendí que ya no valía la pura improvisación rumiante, rememoradora y adolescente. El problema, como ya he dicho, era cuantitativo más que cualitativo, puesto que se trataba de llenar folios antes que de decir cosas sustanciales, ya que las cosas, sustanciales que uno pueda decir caben en una postal del Sardinero y aún sobra postal".

La obra es breve y episódica, una obra menor que bien pudiera ser agrupada con otros escritos breves. Pero es un libro de buena literatura, que en el fondo es el arte de apresar al lector y hacer que no se marche. El relato mantiene el interés por su ritmo, prosa limpia y fluida, constante, con cierta trepidancia de fondo. Es un texto higiénico bien escrito, de lectura agradecida, pese a que prácticamente no tenga pretensiones, ni busque la trascendentalidad.

Curiosamente, Umbral debuta con un libro que puede llevar a equívocos con su trayectoria y magnitud posterior. Sí que hay destellos de su adjetivación virtuosa, de descripciones ambientales singulares, pero la ambición estética propia de Umbral aquí deja paso a un relato de acción, de frase corta y poca glosa. Apenas barroco, oblicuamente lírico y sin meandros. Predomina cierta narración de "sucedidos", al estilo de una novela convencional como él mismo explicaba acerca del género de moda. Aquí transcribo un fragmento como muestra:

"-¿Podrá escapar Arcos? -pregunté a gritos.
La nuca de Fernando se ladeó muy cerca de mis ojos, en un movimiento ponderativo de la habilidad de su compañero. No había cuidado. Y aceleró la marcha bruscamente, embistiendo a la noche con el faro loco de su moto.
Fue una carrera vertiginosa contra el viento de la carretera. Cruzábamos pueblos dormidos, puentes, largas llanuras en sombra. Contra nosotros, de tarde en tarde, unos grandes faros. Pasaba el camión nocturno, azotándonos de costado con un ventarrón salobre. Iba camino de la ciudad con su carga de pescado. Nuestra moto dejó atrás una lenta caravana de carros labriegos, que iban por la carretera, muy pegados a la cuneta de la derecha. Un hombre caminaba junto a la primera mula y otros dormían aún entre los carros. Empezarían a trabajar al amanecer. Yo me inclinaba contra el saco del botín y la espalda de Fernando, ocultando el rostro al ramalazo del campo y la noche, que era como un largo azote perfumado de árboles, de heno, de charcas y acequias. Y tuve otra vez la extraña sensación del tejado del almacén, hacía unas horas. Un secreto goce de libertad, de plenitud, una angustia y un vértigo que la velocidad de la moto se llevaba lejos, lejos..."

Tampoco en Balada de gamberros se cultiva el yo, no hay una presentación explícita del protagonista, ni una introducción detallada de personajes, en un relato poco introspectivo. Años más tarde, en La forja de un ladrón, tal vez el autor sí haga una minuciosa biografía de un gamberro vocacional de la época, con mayor introspección y desarrollo.

En Memorias de un niño de derechas (págs. 160-165), Umbral dedica unas páginas a retratar la realidad de los gamberros:

"Por entonces alumbraba el teddy-boy en Inglaterra y el blouson-noir en Francia. Nacía la delincuencia juvenil, que era un fenómeno social, naturalmente, la consecuencia de una educación o de una falta de educación, de unas represiones, la respuesta a las provocaciones de la naciente sociedad de consumo y la protesta confusa, ciega, indecisa, de una juventud que no estaba conforme con el mundo aburrido, convencional, injusto y tonto de los padres.
La versión celtibérica y provinciana de todo eso fue el gamberro."

"Las cosas que nos habían enseñado, ya las teníamos olvidadas por aburridas. Otras cosas no sabíamos, de modo que nuestro presentimiento de que el mundo no estaba bien hecho era sólo una cosa confusa, oscura y obstinada. Era eso, un presentimiento.
Después de una semana laboral y escasa, después de unos años siniestros y melancólicos, los adolescentes violentos nos echábamos a la calle, en pandillas, con una moto para todos, a empujar a las viejas, perseguir a las chicas, silbar a los caballeros, mear en las fuentes, aporrear los automóviles, llamar a las puertas, herir de muerte a los faroles y apedrear a las estrellas. Sólo eso."

Lo que sí hay es erótica. El mascarón erótico de la obra de Umbral ya aparece en la primera publicación de su carrera, es una constante vitalicia muy característica del autor vallisoletano, y no falta esta pillería en Balada de gamberros. Obra iniciática, inagural, poco significativa por su trascendencia, pero grata al confirmar una factura literaria propia del autor que la firma, lejos de lo decepcionante.